DIARIO ORIENTAL, SANTO DOMINGO.- A través de una alocución dirigida a todo el país por una
cadena de radio y televisión, el ex presidente de la República, Leonel
Fernández Reyna, presentó “formal e irrevocable” renuncia como presidente y
miembro del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), tras ser víctima de un
supuesto fraude electoral en las primarias de ese partido celebrada el pasado 6
de octubre.
A continuación el discurso completo donde pone su renuncia y
su justificación:
Discurso sobre PLD
Pueblo Dominicano:
Durante mi última intervención
televisada prometí hacer referencia a la situación por la que en estos momentos
atraviesa el Partido de la Liberación Dominicana (PLD).
Hoy lo hago
con gran pesar; y esto así, en razón de que durante los últimos 46 años, el
Partido de la Liberación Dominicana, el partido fundado por Juan Bosch, ha sido
mi hogar político.
Inicié mi
participación en la política a través del Partido Revolucionario Dominicano
(PRD), donde estuve organizado en un Comité de Base, de la Zona B, en Villa
Consuelo. Al mismo tiempo, en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD),
donde ingresé en 1971, pasando a ser miembro del Frente Universitario
Socialista Democrático (FUSD), apéndice estudiantil del partido blanco.
Pero tan
pronto se produjo la ruptura del PRD, en noviembre de 1973, pasé inmediatamente
a formar parte del PLD, así como de su núcleo universitario, la Fuerza
Estudiantil de Liberación (FEL).
Eran los
días de consignas como las de ¨Ser peledeísta es ser un soldado, valiente,
consciente y disciplinado¨, de la creación de la Ciudad de la Alegría, en la
universidad, y de la realización del Congreso Salvador Allende.
A decir
verdad, cuando miro hacia atrás, reconozco que el PLD ha sido clave en mi vida.
Ahí empecé como miembro de un Círculo de Estudios. Luego, como miembro de un
Comité de Base. Posteriormente, como activista en la Línea Noroeste; y después
de 12 años de militancia, como miembro del Comité Central.
Escribía
para el periódico Vanguardia del Pueblo, donde era responsable de su sección
internacional. Durante varios años fui director de la revista Política: Teoría
y Acción.
En adición, llegué a desempeñar los
cargos de Secretario de Prensa y Secretario de Asuntos Internacionales. Toda esa
experiencia ha sido recogida en mis libros, Años de Formación y Años de Avance.
En el PLD pude
conocer y tratar a personas maravillosas, de vida pulcra y espíritu patriótico.
Establecí relaciones con seres humildes, con líderes sindicales, con
campesinos, profesionales, comerciantes, músicos, poetas, pintores.
En fin, tuve el inmenso placer de desarrollar
vínculos con personas íntegras, sensibles, laboriosas, impulsadas tan sólo por
el único deseo de ser parte de un hermoso proceso de transformación económica, social
y política en la República Dominicana.
Naturalmente, la gran suerte de mi
vida fue haber tenido el honor y privilegio de
establecer unos lazos afectivos, de trabajo y amistad, con uno de los más
destacados pensadores y líderes políticos de la época contemporánea, no sólo de
nuestro país, sino de América Latina y el mundo: el profesor Juan Bosch.
Esa
relación me transformó para siempre. A través de sus escritos aprendí a conocer
sus ideas y comprender el mundo. Leía con avidez sus textos y quedaba tan
impactado que hasta me aprendía de memoria párrafos enteros de sus libros,
como, por ejemplo, Crisis de la Democracia de América en la República Dominica;
Dictadura con Respaldo Popular; y El Pentagonismo, Sustituto del Imperialismo.
Pero compartir con él. Escuchar sus análisis
y comentarios sobre diversos temas. Oír sus recomendaciones. Asimilar sus
enseñanzas. Esa fue la gran experiencia, que no sólo me brindó una orientación,
sino que le proporcionó sentido y significado a mi existencia.
En las elecciones de 1994 fui
candidato a la Vicepresidencia en la boleta electoral que por última vez llevó
al Maestro Juan Bosch como aspirante a la Presidencia de la República.
Más rápido de lo previsto, dos años
más tarde, en 1996, ostentando la representación del Partido de la Liberación
Dominicana, subía, por vez primera, las escalinatas del Palacio Nacional. Lo
hacía con orgullo, con ilusión, porque comprendía que nuestra generación había
encontrado la gran oportunidad histórica para introducir cambios
trascendentales en la vida nacional.
Así lo hicimos. Ese primer gobierno
del PLD, de 1996 al 2000, fue para muchos un gobierno ejemplar. Constituyó un
nuevo capítulo en la historia nacional. No sólo simbolizó un cambio generacional
en la vida política del país, sino una transformación sustancial en la calidad
de los servicios, la modernización y el progreso del pueblo dominicano.
En algunos sectores siempre se ha
levantado la pregunta del por qué si presuntamente ese gobierno fue tan bueno, no
resultamos victoriosos, en las elecciones presidenciales del año 2000.
A eso también respondí, en su
momento, diciendo: ¨Los que no saben por qué perdimos es porque nunca
entendieron por qué ganamos¨.
Con eso quería hacer referencia al hecho de
que nuestro triunfo en las urnas en el 1996 no se debió a que como organización
política tuviésemos una base electoral propia, sino a la circunstancia de que
en la primera ronda electoral tuvimos una migración de voto reformista a
nuestro favor; y en la segunda vuelta, el pleno respaldo del doctor Joaquín
Balaguer y del Partido Reformista Social Cristiano.
En la construcción de una base social
propia de apoyo electoral, el PLD alcanzó su clímax en el 1986, cuando conquistamos
el 18 por ciento de los votos. Cuatro años después, en 1990, cuando hasta ese
momento obtuvimos nuestro mayor índice de desempeño electoral, alcanzamos cerca
del 35 por ciento del respaldo popular.
Pero ese 35 por ciento no era
enteramente nuestro. Había un segmento importante de ese núcleo de electores
que había migrado del PRD hacia nuestra organización, con la intención de
procurar un triunfo sobre el Partido Reformista Social Cristiano.
En las elecciones siguientes, de
1994, sufrimos el único descenso electoral, luego de que en 1978, cuando sólo
conquistamos el 1 por ciento de la votación, empezamos a crecer en cada proceso
electoral siguiente, alcanzando el 9 por ciento en 1982; el 18 por ciento en
1986; y a cerca del 35 por ciento, en 1990, como acabamos de decir.
La gran conversión del PLD en la
principal organización política del país, luego de que el profesor Bosch plantara
su semilla, empezó, realmente, a tener lugar en ese gobierno de 1996-2000.
En las elecciones presidenciales del
año 2000 logramos alcanzar el 25 por ciento de los votos. Hasta entonces, en
toda la historia del PLD, nunca habíamos conquistado tal nivel de votación
contando con nuestra propia base social de apoyo.
Para el 2002, a pesar del llamado ¨ciclón
batatero¨, que le proporcionó al PRD el dominio de las cámaras legislativas y
un gran número de alcaldes, lo cierto es que ese partido, en tan sólo dos años,
descendió de un 49 por ciento de las votaciones a un 42 por ciento, mientras el
PLD ascendió de un 25 por ciento, como acabamos de indicar, a un 33 por ciento de
apoyo de los electores.
Así pues, para el 2002, ya el partido
morado representaba el 33 por ciento del electorado nacional. Dos años después,
en 2004, con motivo de la devaluación del peso dominicano, la hiperinflación y
el colapso del sistema financiero, generados durante el gobierno del PRD, retornamos
al poder, con casi el 58 por ciento de los votos, bajo la consigna que
repercutió por todos los confines de la República, de: ¡E´Pá Fuera Que Van!
A partir de ese momento, el Partido
de la Liberación Dominicana se transformó en la más exitosa organización
política de la historia nacional. Desde entonces ha cosechado seis triunfos electorales
consecutivos, por encima del 50 por ciento, en los niveles congresuales,
municipales y presidenciales, por encima del 50 por ciento.
Si a eso se añade la primera victoria
de 1996, entonces serían siete, de las nueve elecciones que se han celebrado en
el país durante los últimos 23 años.
Como me correspondió el honor de
encabezar el primer triunfo del 1996, y desde el 2002 hasta la fecha, he sido
Presidente del PLD, esto es, desde hace 17 años, puedo afirmar, sin caer en
ningún acto de inmodestia, que he estado en el corazón o en el centro de, por
lo menos, seis de esas siete victorias.
Distinguidos Televidentes:
A pesar de que dentro del PLD, como
en cualquier organización política, siempre abundan los conflictos, los que
actualmente afloran dentro de las filas del partido morado, nada tienen que ver,
por lo menos de mi parte, con un tema de egoísmo o lucha de poder, como a veces
erróneamente se afirma a través de los medios de comunicación.
Tienen que ver, más bien, con lo que considero son problemas de valores,
principios, actitudes y comportamientos en la vida política; y el primero de
esos valores y principios se refiere, a su vez, a la Constitución de la
República.
Durante mi primer período de
gobierno, el doctor Joaquín Balaguer, pensando de buena fe en el futuro del
país, me propuso, formalmente, la realización de una reforma a nuestra Carta
Magna, con la finalidad de presentarme a una reelección presidencial en el año
2000, para un segundo período consecutivo.
Agradecí en los mejores términos esa
propuesta por parte de esa leyenda de la política nacional que es el doctor
Balaguer, pero opté por declinarla, indicándole al viejo líder que en la
historia de los pueblos de América Latina y de la República Dominicana, cada
vez que un hecho así ocurre, genera fuertes tensiones políticas, dando origen a
gobiernos dictatoriales.
Así pues, en lugar de proceder a una
modificación de la Constitución, lo que hice fue lo que tenía que hacer como buen
peledeísta: apoyar, sin reservas, con toda mi fuerza, al entonces candidato presidencial
de nuestro partido y actual Presidente de la República.
No tuvimos éxito, como hemos
referido, pero fue por la circunstancia de no haber podido reproducir los
factores que permitieron el acceso al poder en el 1996.
Ahora bien, en esos comicios del año
2000, los resultados finales fueron 49.8 por ciento en favor del candidato del
PRD; y 24.7 por ciento en respaldo del candidato del PLD. Eso significaba, desde el punto de vista legal,
que tenía que realizarse una segunda ronda electoral.
Eso así, en razón de que para ser
proclamado como ganador, el candidato del PRD requería alcanzar el 50 por ciento
más uno de los votos. No los había conquistado, pero de hecho había ganado,
pues en la percepción pública ya se vislumbraba como tal.
En ese contexto, nuestro candidato
que, insisto, sólo había capturado cerca del 25 por ciento del electorado, presionaba
a la dirección del partido para que se formara una comisión del Comité Político
a los fines de visitar al doctor Balaguer en procura de conquistar su apoyo
para una segunda ronda electoral.
El anciano caudillo reformista,
viendo la realidad del cuadro que se presentaba, desestimó la propuesta. No
hubo segunda vuelta; y el candidato del partido del jacho fue, finalmente,
proclamado como ganador.
Lo que cabe observar aquí, sin
embargo, como característica, es la obstinación frente a lo imposible del
entonces candidato y hoy Presidente de la República. Fue la primera vez que
puso en evidencia ese rasgo conductual, de no comprender los límites de las
cosas, sino considerar que, por mera voluntad, todo es posible.
Para el 2004, resultaba
incontrovertible que yo sería el candidato, no sólo del PLD, sino del país,
para terciar en los comicios presidenciales de ese año, que ganamos en forma
arrolladora. Al fin y al cabo, era el único referente viviente con experiencia
para gerenciar el Estado, que entonces se encontraba sumergido en una grave
situación de crisis.
En el 2007, el actual presidente
renunció a su cargo de Secretario de Estado de la Presidencia para intentar obtener
la candidatura presidencial por el PLD. Todas las encuestas de aquella época me
presentaban como virtual ganador en las primarias del partido. Ninguna indicaba
lo contrario.
Era natural que así fuese. Después de
nuestro retorno al poder, la crisis económica y social heredada del anterior
gobierno cedió, y aunque luchábamos con el impacto de la crisis financiera
global y la del alza de los precios del petróleo y de los alimentos, precisamente,
en el 2007, todo indicaba que tenía la reelección asegurada.
Además, en esa ocasión no tenía
ningún impedimento constitucional. Mi antecesor la había modificado para su
propio provecho político. Así, en esas condiciones, lo que normalmente se
estila en el mundo democrático es que el gobernante de turno no es desafiado
por ningún otro miembro de su partido, dejándole el paso libre hacia un segundo
mandato consecutivo.
No ocurrió así en el caso nuestro. El
exsecretario de la Presidencia nos desafió en la lucha por la nominación presidencial
del PLD para las elecciones del 2008. De nuevo volvió a obstinarse y
empecinarse con lo que resultaba una quimera imposible de alcanzar.
Sucedió, por consiguiente, lo que
tenía que suceder: ganamos esas primarias de nuestro partido con un 70 por
ciento a nuestro favor. El actual presidente, sin embargo, nunca reconoció
nuestra victoria. Nunca nos felicitó.
Al revés, dijo que le había vencido
el Estado. No participó en la campaña electoral. Nunca se integró, y el día de
las votaciones, por si hubiese dudas, exhibió públicamente su voto para
evidenciar que lo había hecho por su partido, el de la Liberación Dominicana.
Supongamos ahora que hubiese ocurrido
lo contrario. Que el ex titular de la Secretaría de la Presidencia hubiese
vencido en la contienda. En ese caso es evidente que habría humillado al
Presidente de la República, quien, entonces, no habría estado en condiciones de
promover su candidatura al solio presidencial.
De esa manera, por supuesto, nuestro
candidato habría perdido. Pero la obstinación frente a lo imposible ofuscó la
claridad de pensamiento, conduciéndolo a una derrota inmerecida, la cual pudo
haberse evitado.
Algunos de los que hoy levantan sus
voces, de manera soberbia y altisonante, dejaron entonces abandonado a su líder
actual. Se aferraron complacientemente al nuevo gobierno y dejaron que el
candidato derrotado emprendiera solo su travesía por el desierto.
Pasado ese proceso, el hoy presidente
se incorporó de manera normal a los trabajos del Comité Político. Hay quienes
me han señalado que cualquier otro adversario distinto a mí, luego de lo
acontecido, habría procurado eliminarlo como competidor, tal como se predica en
el clásico texto de Robert Greene, Las 48 Leyes del Poder.
Sin embargo, no es mi caso. No está
en mi naturaleza ser así. Para hacerlo tendría entonces que renunciar a mi
propia condición humana.
En las elecciones congresuales y municipales
del 2010, el Partido de la Liberación Dominicana llegó a la cima de su gloria. Obtuvo
31 senadores, decenas de diputados y una gran cantidad de alcaldes.
La mayoría de esos legisladores
electos me visitaron a Palacio, para indicarme que estaban a mi disposición
para realizar una reforma a la Constitución que me permitiese un tercer período
consecutivo. Se recogieron dos millones de firmas para persuadirme de la
necesidad de continuar al mando. Se realizó una gran concentración en el
Palacio de los Deportes, a tales fines.
En mi intervención, sin embargo, dejé
claro, sin titubeo alguno, que endosaba esos dos millones de firmas al Partido,
debido a que la Constitución de la República me impedía una nueva reelección.
Se aproximaban las nuevas elecciones
presidenciales del 2012. El actual Presidente de la República no marcaba bien
en las encuestas. La Primera Dama, Margarita, por el contrario, se encontraba
en una posición de preferencia.
En una de las decisiones más
difíciles de mi vida, le solicité, sin embargo, que abandonase su legítimo
derecho a aspirar por la candidatura presidencial, dejándole así, al Presidente
el camino despejado para la obtención de su candidatura a la primera
magistratura del Estado.
Si en aquel momento hubiese intentado
imponer a la Primera Dama como candidata, sabía lo que ocurriría. El partido se
habría dividido; habríamos perdido las elecciones; y yo habría sido el
responsable histórico de esa derrota.
Luego, con 30 puntos por debajo en las
encuestas frente a su antiguo rival del PRD en los comicios del 2000, le
ayudamos, con gran dedicación y empeño, para que viera cristalizar su sueño de
ver la banda tricolor colocada sobre su pecho.
Todo eso se hizo a cambio de nada.
Nunca se solicitó un Ministerio, una Embajada o un Consulado. Nada. Se hizo porque
así nos formamos los peledeístas auténticos.
Al Presidente, en su hora de penumbra,
no se le empujó hacia el abismo. En los momentos en que, por razones de
méritos, le correspondía la oportunidad, hicimos hasta lo indecible. En
circunstancias en que su candidatura aún no concitaba suficiente respaldo, le servimos de apoyo.
Esa ha sido siempre nuestra forma de
pensar y proceder. Creo en valores y
principios. Creo en el respeto a la Constitución, en la preservación de la democracia,
como sistema político y en la consolidación de un Estado fundado en los
criterios de legalidad y legitimidad.
Pero, de igual manera, me inclino
frente al sentido del honor, de la dignidad, del decoro, del respeto, de la
decencia, de la cortesía, de la amistad, del mérito y, en fin, en la ética del intercambio
de las relaciones humanas.
Señoras y Señores:
Al abandonar el gobierno, en agosto
del 2012, mi nivel de aprobación llegaba al 74 por ciento. Pero eso, que en
principio debió servir de estímulo y aliciente, obró, por el contrario, en mi
contra.
Sirvió, en realidad, para que mis
adversarios, de adentro y de afuera, pusieran en ejecución una intensa y despiadada
campaña de demolición moral que intentaba hacerme desaparecer del escenario
político nacional, al tiempo de destruir nuestro legado en beneficio del
progreso y el bienestar del pueblo dominicano.
El gran dramaturgo irlandés, Bernard
Shaw, al referirse al destacado líder revolucionario soviético, León Trotsky,
solía decir que era tan fiero en el combate político que podía cortar la cabeza
de su adversario y exhibirla en público sangrante, pero no se permitía tocar el
carácter privado de su víctima. La despojaba de todo prestigio político, pero
le dejaba su honor intacto.
Aquí fue todo lo contrario. Se aplicó
un plan de descrédito, nacional e internacional, a través del cual se lanzaron
mentiras, falacias, insultos, inmundicias y groserías, todo
destinado a hundir mi persona y desmoronar mi imagen.
Con el tiempo empezó a verse claro
que ese plan de descrédito en mi contra era parte de un proyecto político, bien
concebido, dirigido a perpetuarse en el poder. De ahí la reforma de la
Constitución en el 2015, realizada con el único propósito de hacer viable la
reelección presidencial.
A pesar de mi oposición a dicha
reforma, y a pesar del diabólico plan de destrucción, al que me he referido, con
la finalidad de mantener la unidad del PLD y de que se ganasen de nuevo las
elecciones del 2016, puse en segundo plano mis propios valores, creencias y forma
de actuar. Acepté suscribir un acuerdo de 15 puntos, firmado por todos los
miembros del Comité Político.
En esa ocasión, la obstinación frente
a lo imposible funcionó debido a que se actuaba desde una lógica de poder; y el
criterio de que la fórmula de dos períodos de ejercicio presidencial y nunca más
debería ser la norma a tomar en consideración, fue aceptada por distintos
sectores.
Pero ese acuerdo valió de poco a la
hora de ejecutar medidas que constituían una obligación a cargo del grupo
oficialista. Se incumplieron, de manera atropellante, varios de sus acápites,
incluyendo, recientemente, el impedimento para que el compañero Demóstenes
Martinez asumiera la Presidencia de la Cámara de Diputados.
Ese incumplimiento, claro está, fue
la reacción airada, furiosa, frente al movimiento popular que se vio compelido
a tomar las calles para frustrar una segunda reforma constitucional
consecutiva, la cual ni siquiera Trujillo se atrevió a realizar para continuar
un tercer mandato continuo.
Bajo la consigna de que la
Constitución no está en venta, distintos sectores de la sociedad dominicana,
desde los más humildes, como los motoconchistas, hasta profesionales de
diversas ramas, artistas, religiosos, sindicalistas y empresarios, levantaron su
voz de protesta.
Fueron días espléndidos e
inolvidables de lucha, de batallar por una causa, que, al menos por un
instante, le devolvieron a la política su sentido de mística, de dignidad y de
patriotismo.
Luego han venido las elecciones
primarias abiertas del PLD, celebradas el pasado 6 de octubre. Esas elecciones constituyen
una mancha y una vergüenza en la historia del PLD. Se emplearon todas las
maniobras malígnas concebibles hasta llegar a convertirlas en lo que realmente son:
el primer matadero electoral automatizado del siglo XXI.
A pesar de haberse hecho uso, en
forma grosera, de miles de millones de pesos, de alzarse con todo el peso
institucional del Estado, de contar con el involucramiento activo de ministros,
gobernadores, directores departamentales, alcaldes y militares, la Fuerza del
Pueblo salió triunfante.
La Fuerza del Pueblo venció al
Estado. Demostró que a pesar de todas las adversidades y vicisitudes, es hoy,
por sí misma, una fuerza política respetable, con peso específico en la
República Dominicana.
Las fuerzas gubernamentales ni
vencieron ni convencieron; y para intentar imponerse, sus miles de millones de
pesos invertidos resultaron insuficientes, pues tuvieron que recurrir, en
adición, a la realización de un fraude
electoral.
Ese fraude estuvo programado para
entrar en funcionamiento desde las primeras informaciones transmitidas sobre resultados
de los cómputos, pero se aceleró e intensificó cuando con el 90 por ciento de
las mesas computadas, la tendencia nos proyectaba como ganador.
Fue ahí, precisamente, cuando a
partir de las 6:30 p.m. sólo faltando por computar el 10 por ciento de las
mesas o 200 mil votos, sobre el millón 600 mil que ya se habían computado, que
se produjo el fenómeno que ha dejado a destacados especialistas de la ciencia de
la data y de las estadísticas en estado de desconcierto y de perplejidad.
Nunca habían visto un hecho
semejante. Aseguran que lo que se produjo fue por una de dos razones: por
milagro o por fraude. Sostienen que lo acontecido en esa recta final de los cómputos
fue algo inusual, que no parece responder a una causa natural.
Esto último está dicho en lenguaje
muy diplomático. En realidad, lo que se ha querido hacer significar es que lo ocurrido
está más allá de la capacidad humana.
Digámoslo claro. Ni con el fraude que
habían montado nos ganaban. A las 6:30 p.m. entraron en pánico. Pisaron el
acelerador y dejaron la huella del crimen.
Manteniendo mesas abiertas hasta la
1:45 de la mañana del día siguiente a las votaciones, lograron que en las
distantes provincias del Sur votara el 70 por ciento de los electores, cuando
el promedio nacional sólo alcanzó el 25 por ciento.
¡Que barbaros! ¡Qué crimen contra el
pueblo y la democracia!
Ahora hemos solicitado que se haga
una auditoria forense integral. Esa auditoría equivale a una especie de
autopsia sobre el cadáver del fraude electoral automatizado. Exigimos que esa
autopsia sea de verdad, siguiendo los estándares internacionales establecidos.
Que los médicos patólogos a intervenir en ese examen lo hagan en presencia de
nuestros equipos técnicos y de nuestros asesores.
La Junta Central Electoral no debe
temer la realización de una auditoría forense conforme a los requisitos que
hemos solicitado. Nadie la ha acusado de haber causado ese fraude. Todo el
mundo sabe que sus integrantes son personas íntegras y de respeto.
Los causantes son otros. Por tanto,
la Junta Central Electoral no pierde nada; y sí ganaría mucho, en autoridad y
prestigio, si deja que los hechos fluyan y permite que los médicos de patología
informática hagan la disección al cadáver del fraude.
Al hacerla, deberán cortar los
tejidos y órganos en descomposición de todo el cuerpo, cabeza, tronco y
extremidades; exhibir sus vísceras purulentas; y establecer con precisión, en
el acta de defunción, cuáles fueron las causas reales que provocaron la muerte,
por fraude, del primer experimento fallido de voto automatizado en la República
Dominicana.
Negarle al pueblo dominicano ese
derecho, sería arrojar mayores sombras sobre un proceso, ya de por sí enteramente
desacreditado y deslegitimado.
Pueblo Dominicano:
Nada de lo que acabamos de narrar ha
debido ocurrir. Si ha tenido lugar, ha sido por la imprudencia, la tozudez y la
creencia de que el poder no tiene límites; de que el poder es para usarse; de
que se hace lo que conviene; y de que el poder no se desafía.
Pero allá, en el fondo, emerge una
vez más, como factor oculto, la obstinación por hacer realidad lo que resulta
imposible.
En ese contexto, el gobierno se ha
convertido en un ente rencoroso y vengativo. Es un gobierno que acosa, que
silencia las voces que se le oponen, que presiona y que no se sonroja para
atropellar.
El equilibrio partidista se
resquebrajó. La facción grupal, ahora en forma de categoría de Estado, se
instaló en el Comité Político, a través de la creación de un cenáculo que para
un partido de vanguardia recibió un nombre extraño e inapropiado: la OTAN.
Ahí se ha creado una oligarquía de
hierro, completamente desconectada de las estructuras del partido, que se reúne
siempre con anticipación para llevar sus propuestas previamente acordadas al
máximo organismo de dirección política.
Esa oligarquía de hierro opera en
forma de una casta. No tiene visión de partido, en el sentido de ser una organización
que integra y representa a todos sus miembros. Se comporta en forma
autoritaria. Aún en condiciones de absurdo e irracionalidad, actúa sólo
interesada en la defensa de sus intereses grupales. Su noción de lealtad es
bastante singular: responde al poder de un decreto presidencial.
El predominio de ese estilo de
conducta en los más altos niveles de dirección del Partido, me ha hecho
comprender que, sencillamente, el PLD de Juan Bosch ya no existe.
Las bases del Partido de la
Liberación Dominicana siempre estarán en mi corazón, en mis desvelos y
consideración. De ahí provine. Por tanto, la conozco en su capacidad de
sacrificio, de dedicación y de amor al pueblo. Dondequiera que me encuentre, esas
bases del PLD recibirán siempre mi apoyo, respeto y gratitud.
A lo largo de 46 años, es largo el recorrido
que he realizado dentro de las filas del Partido de la Liberación Dominicana. He
sido un hombre afortunado. He aprendido, he luchado y me he confundido con el
pueblo para ser parte de su historia. En la memoria quedarán amigos,
compañeros, y tal vez, muchas anécdotas que contar.
Ahora, con mucho pesar, ha llegado la
hora de partir. Sobre la marcha, tal vez sin advertirlo a tiempo, nos
diferenciamos. Hay quienes no podemos vivir en medio de la mentira, el engaño,
la manipulación, la doblez, el irrespeto, la petulancia, el incumplimiento de
la palabra empeñada, la simulación, la hipocresía y la desfachatez.
Después de haber vivido los 46 años
más fructíferos de mi vida, de considerarme un humilde discípulo de la escuela
de pensamiento de Juan Bosch, presento, de manera irrevocable, formal renuncia
a mi condición de Presidente y miembro del Partido de la Liberación Dominicana.
Ahora, guiado por el espíritu divino,
me esperan otros caminos por transitar. En principio, la creación de un nuevo
proyecto político: la Fuerza del Pueblo, que procurará conquistar por fuera lo que desde adentro nos fuera
usurpado: la esperanza del pueblo dominicano por siempre construir un mejor
futuro.
La Fuerza del Pueblo será un proyecto
de unidad nacional, que va más allá de unas siglas para representar los anhelos
de las grandes mayorías. Será un proyecto profundamente democrático, que
apueste por el cumplimiento de las reglas de juego, la transparencia y la
participación dinámica de todos los sectores de la sociedad.
Será, además, un proyecto renovador, en
las formas y en el fondo; un proyecto cercano y humano; en fin, un proyecto de
futuro, integrado por hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, capaz de devolver
la esperanza y la confianza del pueblo dominicano en sus instituciones.
En lo inmediato, con el apoyo recibido
en las primarias abiertas del pasado 6 de octubre, continuaremos sumando a
distintos sectores de la sociedad dominicana, deseosos de formar parte de una
nueva organización política que abre sus puertas a la participación
democrática.
Estableceremos alianzas con otras
organizaciones políticas, con la sociedad civil, con núcleos profesionales, con
líderes sindicales y sociales; y de esa manera crearemos una fuerza de
oposición tan potente que en poco tiempo contribuirá a reconfigurar el
escenario político nacional.
Con esa fuerza le haremos saber a los
engreídos de Palacio que no se saldrán con la suya. Que al pueblo se le respeta;
y que se preparen para escuchar por todos los confines del territorio nacional
la consigna de que para el 20: ¡ E´Pá Fuera Que Van!
En estos
momentos de emociones y sentimientos encontrados, por un capítulo de mi vida que
termina y de otro que se inicia, me permito invocar las Sagradas Escrituras, en
el Psalmo 23, que reza así:
Jehová es
mii pastor, nada me faltará.
En lugares
de delicados pastos me hará descansar.
Junto a
aguas de reposo, me pastoreará.
Confortará
mi alma;
Me guiará
por senderos de justicia
Por amor de
su nombre.
Aunque ande
en valle de sombra de muerte,
No temeré
mal alguno, porque
Tú estarás
conmigo.
Amén.
Muchas
Gracias.
Buenas
Noches.
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